El que tal vez mejor describió a Javier Mascherano fue Josep Guardiola, uno de sus técnicos durante su etapa en el Barcelona. "Es uno de los jugadores más inteligentes que he entrenado. No es que tardara un año en entender mi juego, es tan listo que lo tomaba todo rápidamente", comentó en una ocasión el catalán, palabra mayor si de fútbol se trata. Y vaya si tiene razón Pep. El Jefecito escapa al prototipo de futbolista común en más de un sentido: es cultivador del perfil bajo, no tiene tatuajes en sus brazos y posee una capacidad de reflexión que asombra a más de uno.
Tal vez por un poco de todo esto, el ex River se sienta en la renovada sala de conferencias del predio de la AFA en Ezeiza por más de cuarenta minutos puede combinar análisis futbolístico con todas las emociones que le pasan por adentro, en la antesala de su último Mundial como jugador profesional.
"Soy un soldado que ahora va directo a morir. Esta es mi última batalla. Haré lo que sea tanto dentro o fuera de la cancha. Competí toda mi vida y lo que conseguí me lo gane a pulmón. Mi deber es entrenar al máximo para complicarle la elección al entrenador y aceptaré lo que me toque", comentó el Jefecito en medio de la charla.
No hay demagogia en sus palabras; es la pura realidad. Esta vez, a diferencia de lo sucedido hace cuatro años en Brasil, le toca correr desde atrás. Su titularidad no está garantizada, ni en la defensa ni en el mediocampo. "Nunca me sentí dueño de una posición o un lugar dentro de la Selección. Argentina es algo con lo que todo el tiempo tenés que rendir examen, por la historia y por la calidad de jugadores que hay. Cuando estoy en un grupo trato de sumar desde donde me toque y hacerle al entrenador para hacer que su decisión sea difícil", remarcó Mascherano.
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