En la tarde del domingo 29, se realizó en la arquidiócesis de Paraná la Apertura del Año Santo, con una procesión que partió desde la parroquia San Miguel Arcángel y finalizó en la Catedral Nuestra Señora del Rosario, donde se celebró la Santa Misa, presidida por Monseñor Juan Alberto Puiggari. El Jubileo 2025, inaugurado por el Papa Francisco la noche del 24 de diciembre en la Basílica de San Pedro, tiene como lema “Peregrinos de la Esperanza”.
El texto completo de la homilía
Queridos hermanos:
En el marco de la Navidad y en este día que recordamos con admiración la Sagrada Familia de Nazaret damos comienzo en nuestra Arquidiócesis el Año Jubilar.
El jubileo es una institución que, hundiendo sus raíces en el Antiguo Testamento, florece en el Nuevo y ha dado sus frutos a lo largo de la historia de la Iglesia. Recordamos a Jesús que según el Evangelista Lucas, también él declara un jubileo que consiste en el ofrecimiento del perdón de Dios a los pecadores; y que el motivo de este perdón no se encuentra en los méritos de las personas sino en la entrañable misericordia del Padre. Y justamente porque la fuente y origen de la misión de Jesús es el corazón de Dios Padre, no rige ya la distinción entre judíos y no judíos. La salvación, entendida primariamente como perdón de los pecados (cf. Lc 1,77), es ofrecida por Jesús a todos los hombres (cf. Lc 3,6). Este ofrecimiento gratuito del perdón de Dios no supone que el hombre queda totalmente pasivo ante el mismo contrario, se le pide al hombre reconocer a Dios y cambiar de vida, se le pide su conversión.
La característica propia de este año, es la esperanza, que constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Recordemos que el lema propuesto por el Papa Francisco para este año jubilar es: “Peregrinos de esperanza”. Luego, al inicio mismo de la Bula puso que su intención al escribirla es que “a cuantos lean esta carta la esperanza les colme el corazón” y su deseo es “que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza”.
La esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10): «En un mundo en el cual progreso y retroceso se cruzan, la Cruz de Cristo sigue siendo el ancla de salvación: signo de la esperanza que no decepciona porque está fundada en el amor de Dios, misericordioso y fiel» (Papa Francisco, Audiencia general, Plaza de San Pedro – 21 de septiembre de 2022). Es el camino de la Sagrada Familia de Dios que, en la Iglesia de hoy, avanza hacia la Jerusalén celestial.
La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? [...] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» ( Rm 8,35.37-39).
Por eso la esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. Uno de los frutos o manifestaciones de la Esperanza es la paciencia, que nos invita esperar los tiempos de Dios y no las urgencias de los hombres.
Pero no olvidemos que la esperanza, es la virtud teologal por la que aspiramos a la vida eterna como felicidad nuestra». […] Nosotros, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en esperanza de vivir para siempre en Él. Es con este espíritu que hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada Escritura: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap. 22,20).
Queridos hermanos: La no esperanza y la desesperanza se ha convertido para muchos de nuestros hermanos en motivo de angustia y sin sentido de la vida. Es la consecuencia de un mundo vacío de eternidad y en mundo futuro que no cuenta. Por amor a ellos tenemos que ser testigos y peregrinos de la esperanza.
“La esperanza no es anuncio superficial de tiempos fáciles, al contrario, es descubrir al Señor en los momentos difíciles: No es evadirse por comodidad o por miedo, de las responsabilidades presentes; es asumir con responsabilidad la misión… es confianza, camino, compromiso, coraje… es corajes de superar las dificultades… no nos cansemos, sigamos anunciando la esperanza” (Cardenal Eduardo Pironio).
Una novedad de este jubileo ordinario 2005 es que “además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece […] Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza”.
El Papa Francisco enumera algunos signos de los tiempos que deben ser transformados en signos de esperanza:
1. Ante la realidad de un mundo que vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra, “que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo” (8).
2. Los ritmos frenéticos de la vida, los temores ante el futuro, la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, los modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones tienen como consecuencia la pérdida del deseo de transmitir la vida que conlleva una preocupante disminución de la natalidad. Ante esta realidad, “el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas”, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza”.
El Papa nos invita a ser signos de esperanza para grupos de personas que viven situaciones de abandono y desesperanza. Y enumera los siguientes: 1. Los presos (10). 2. Los enfermos que están en sus casas o en los hospitales (11). 3. Los jóvenes (12). 4. Los migrantes (13). 5. Los ancianos (14) 6. Los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir (15).
Le pedimos a la Virgen, Mujer de la Esperanza, que nos ayude a sacar muchos frutos de conversión y santidad en este año Jubilar que estamos empezando y que le pida su Hijo para toda la Iglesia un aumento de la fe, la esperanza y la caridad y un alegre y confiado gozo. Que así sea.
¿Por qué se lleva a cabo esta celebración?
El padre José Badano explicó a Elonce qué significa el año Jubilar: “Acá se juntó mucha gente porque es un momento de encuentro de la iglesia diocesana de Paraná, en la misa de apertura del año jubilar. Un Jubileo es como el cumpleaños de Jesús. Todos los años lo hacemos en Navidad, pero cada 25 años, lo celebramos de modo especial. Es una forma de renovar la gracia de ser creyente y cristiano”.
Además, agregó: “Es una forma de revitalizar la fe y este año específicamente nuestra esperanza, porque el Jubileo está bajo el signo de la esperanza”.