Arrancó como para ser un trámite y terminó siendo una guerra de nervios. Podría decirse a la uruguaya, que generalmente lo que parece fácil termina siendo casi épico. Así fue el partido en el que Pablo Cuevas consiguió su tercer título ATP 250 de su carrera y se metió en lo más grande del tenis uruguayo, porque hoy el ránking dice que es el número 23 del mundo, la mejor clasificación de un tenista celeste en la historia.
Hasta ahora, esa distinción la tenía Diego Pérez, con el lugar 27 alcanzado en 1984. Marcelo Filippini logró el puesto 30 (1990) y José Luis Damiani el 32 (1981).
Cuevas cosecha los frutos que sembró cuando se preparó de la mejor manera a principios de 2014 luego de dos temporadas con pocas presencias tras superar dos años de inactividad por una rebelde lesión de rodilla que lo llevó dos veces al quirófano.
Estuvo prácticamente retirado, pero nunca bajó los brazos y superó todos los obstáculos. El de ayer era otro desafío: debía ganarle a la ansiedad, especialmente porque tenía todo el peso de la responsabilidad, dado que su rival no tenía nada que perder.
El italiano Luca Vanni llegó ayer al último día de una semana insospechada, ya que venía de la clasificación y, con 29 años, alcanzó su primera final en el mismo torneo que ganó por primera vez un partido de cuadro principal. Con casi dos metros de altura hizo valer su poderoso servicio y su inexperiencia la pagó recién en su último game de saque, cuando no pudo cerrar el partido.
Cuevas empezó muy sólido desde el fondo y con gran concentración. Con paciencia, moviendo al italiano lo necesario con tiros profundos y angulados y ganando todos los puntos que jugó con su servicio, cerró el set 6-4, gracias a un oportuno quiebre que lo puso con ventaja de 5-4. A la hora de devolver, ese primer set también estuvo muy bien, especialmente por no desesperarse con los misiles que llegaban desde el otro lado de la red. Buscó y esperó que Vanni fallara y el momento llegó.
Pero en el segundo set empezó otro partido. El afloje clásico después de ganar el primer parcial le costó caro al uruguayo, que no mostró nada de lo que se había visto en la primera manga. Del 100% de puntos ganados con su servicio en el primer set pasó a perder su juego de saque y luego desperdició un doble break point para recuperar el quiebre. Eso fue suficiente para que el italiano mantuviera su servicio con una tranquilidad digna de un experimentado en finales.
El set decisivo se inició un poco más parecido al primero, pero Vanni seguía sin errar demasiado y a Cuevas le empezaron a ganar los nervios, seguramente con la mochila de ser el favorito, sumar otro título y de lo que significaba pasar a ser el mejor de la historia en Uruguay. En el séptimo juego se encendió la alarma: pudo levantar un break point para seguir en ventaja de 4-3, pero al siguiente juego de saque Vanni aprovechó todos los errores de Cuevas para quebrar y poner un grado de incertidumbre mayúsculo.
El italiano, que no había mostrado fisura en el aspecto anímico y mental, tenía en sus manos el título y con el arma que le dio esa posibilidad: el saque. Pero los nervios aparecieron y Cuevas se jugó en más de una pelota. Se metió más en la cancha para recibir y capitalizó los ya no tan certeros saques de su rival. El uruguayo recuperó el quiebre y de ahí en más volvió a ser casi el del principio.
Mantuvo su saque, aseguró el tie break, al que llegó sin fisuras pese a perder el primer punto con su saque. Estuvo a la altura de lo que pedía el partido, pagó con esfuerzo su propia desconcentración, celebró su tercera consagración a y mantuvo el invicto en finales.
Además, logró su decimoquinto triunfo consecutivo en polvo de ladrillo y estiró su récord de 29-1 en esa superficie desde que ganó el torneo de Bastad (Suecia), en julio de 2014.
Cuevas escribió su página de gloria, esperando por más. La foto de ayer es la del número 23 del mundo, pero el objetivo todavía está más arriba. Ya lo dijo una vez: “Quiero ser top ten”.