Horacio Accavallo y sus cuatro hermanos eran hijos de un inmigrante italiano nacido en Pietrapertosa, un pueblito de 1314 habitantes en la región de Basilicata, más precisamente en la provincia de Potenza, pero a él - cuando podía, hasta hace unos años - no le gustaba hablar sobre esto pues era como que le avergonzaba repetir la historia de la familia pobre obligada a los trabajos abyectos.
En cambio se sentía orgulloso si tal historia se particularizaba en él por que después del ciruja y del cartonero nocturnal del caballo flaco y el carro quejoso, vendrían los sueños, la lucha, la vida, el boxeo, el deportista, la consagración, la fama, el dinero, la corona mundial, la propia familia, los negocios, la conducta intachable, el matrimonio, los propios hijos, la tragedia, el dolor y el retiro como ejemplo para todos los demás.
Tal como lo escribiera Homero Manzi en su inmortal tango "Sur", a Horacio Accavallo- "Roquiño"- se le hizo cierto "todo el cielo de Pompeya" donde el pibe que revolvía la basura desde Parque de los Patricios hasta Villa Diamante (Valentin Alsina) habría de ir convirtiéndose en lustrabotas, botellero, canillita, cadete y vendedor hasta alcanzar ser admitido en el circo Sarrasani como faquir, saltimbanqui, equilibrista y trapecista; o sea, una escala laboral y social que le mejoraba la vida.
En el medio había quedado su ilusión de ser el wing izquierdo de Racing, el club del cual era hincha. Se probó, según me dijo varias veces, pero Cacho Giménez quien era el técnico de las inferiores no lo aprobó a pesar de la habilidad de su zurda para gambetear "pues era demasiado chiquito para ser profesional"; siempre midió 1.56 y en esa época pesaba lo que un mosca: alrededor de los 51 kilos.
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El boxeo, entonces, se le presentó como una alternativa y de la mano del maestro José Ricardi de Lanús aprendió rápido a invertir su guardia de zurdo y mecanizar todos los movimientos aportando su natural inteligencia para saber administrar energías y distribuirlas sabiamente. Horacio Accavallo siempre fue un estratega sobre el ring y tal virtud sumada a su guapeza consciente lo impulsaron para realizar una campaña extraordinaria pues en una década ?1956 a 1966- y con 70 peleas a cuestas, logró la corona mundial de los moscas en Tokio ante Katsuyoshi Takayama cuando ya había cumplido 30 años.
El triunfo por puntos, aún en fallo dividido (73-69 y 74- 67, las dos tarjetas a su favor contra una tercera de 71- 70 para Takayama), fue apoteótico. Lágrimas, euforia, gente en las calles en la mayoría de pueblos y ciudades del país. Sí, aquella mañana marcaba un episodio de evocación imborrable. Era la época en que el deporte hacia simbiosis con la identidad.
Accavallo, como Pascualito -nuestro primer campeón mundial-, como Fangio, como los Gálvez, como los campeones mundiales de básquetbol del 50?, como Juan Carlos Zabala, como Delfo Cabrera (ambos ganadores de las maratones olímpicas del 32 y del 48 respectivamente), como Don Roberto De Vicenzo, se unían a nuestro orgullo y aunque estuviéramos lejos en el tiempo y en el conocimiento, ellos eran argentinos. La gente los amaba. Y sus fotos en grandes y coloreadas láminas de El Gráfico no faltaban en las paredes de los hogares, los talleres o los comercios, cual símbolo de bella gratitud. Millones de personas nacieron y murieron amando incondicionalmente a ídolos que jamás pues la televisión era "paleozoica" y aún no transmitía en vivo.
Eran tiempos de romántico lirismo y en nuestro país los héroes deportivos que llegaban de regreso con la victoria, se convertían en modernos Césares al volver a Roma tras una nueva conquista. Desde Ezeiza hasta el Luna Park, la Richieri, la General Paz, Juan B Justo y por último Corrientes se transformaban en una moderna Via Appia Antica. En el camión de los Bomberos Voluntarios de Lanús y saludando a las decenas de miles de personas que lo aclamaban a su paso, iba el cartonero, el lustrabotas, el botellero, el canillita, el cadete, el faquir, el saltimbanqui, el equilibrista y el trapecista de circo; en definitiva iba el nuevo campeón del Mundo.
Es que este hombre fue el único boxeador que cuidaba, administraba y perfilaba negocios con enorme austeridad y visión. Fue así que llegó a tener 32 locales de venta de indumentaria deportiva, creó una fabrica de calzado (Jaguar) y nunca dejó de percibir negocios ocasionales. Una tarde en la que se hallaba discutiendo el contrato de su segunda defensa ante el mexicano Efraín "Alacrán" Torres y al no ponerse de acuerdo con el Luna Park, le propuso a Ernestina de Lectoure -la dueña quien habló con un solo boxeador en su vida y ése fue Accavallo-, lo siguiente:
-Ernestina, está bien, acepto el 25% de la recaudación en lugar del 30%, pero si le gano al mexicano, ¿me vende las butacas viejas que tiene en el depósito?.
Fue durísima aquella pelea: Accavallo cayó y sufrió una herida en la ceja; no obstante se impuso legítimamente tras 15 asaltos dramáticos y vibrantes que enloquecieron a la multitud. Al llegar hasta su camarín, Tito Lectoure lo abrazó emocionadamente. Fue entonces cuando el campeón aún sangrante de su ceja, le preguntó:
-Tito, las butacas viejas del Luna que me regaló tu tía, ¿las vengo a buscar mañana que es domingo o directamente el lunes? Y se respondió asimismo y ante el asombro de los presentes: "mejor el lunes, ¿no?
Fue el único boxeador a quien Tito consideró amigo y fue por ello que le permitió el tuteo, la mesa compartida y las noches sin reloj. Además admiraba sus conductas y se emocionó hasta el último día cuando tras un entrenamiento de cara al combate programado por el campeonato del Mundo frente al brasileño Manuel Severino (Octubre del 68) se le puso delante en su propia oficina y le anunció: " Tito, no voy a pelear contra el brasileño, lo siento, no voy a pelear más?".-
-¿Qué te pasó Horacio?, le preguntó el promotor. Y su respuesta fue: "Tito estoy notando que me pegan muchachitos que antes no me hubiesen llegado; estoy lento y prefiero retirarme siendo campeón del Mundo y no defraudar a la gente que pagará para alentarme y verme ganar.-
Lectoure lo felicitó, les devolvió el dinero que se llevaba recaudado a aquellos que ya habían comprado su ticket y esa actitud de dignidad de Accavallo fue contada admirativamente siempre por Tito ante otros empresarios y periodistas del todo el Mundo pues solo Rocky Marciano antes y Carlos Monzón después -a quien Accavallo le taladró la cabeza- ofrecieron el mismo ejemplo.