El primer batacazo de este mundial vino del Sol Naciente. Y en realidad su importancia excede el marco de este Torneo. Nunca se habían enfrentado sudafricanos y japoneses, separados en la actualidad por diez puestos en el ranking.
No fue en vano la experiencia del coach Eddie Jones cuando trabajó con Sudáfrica. Mejoró el scrum de los orientales, les imprimió algo de velocidad a sus desplazamientos y lo más importante, paró un equipo que no fue desbordado físicamente por los Springboks.
Y ese fue el mérito de los nipones, resistir los embates y estar siempre cerca en el marcador. A pesar de que Sudáfrica no perdió su norte (como pasa a menudo que no pueden doblegar en el cuerpo a cuerpo a su adversario) y no se desordenó. Convencidos de que podían, los héroes del vencedor jugaron sus chances hasta la última bola. Tuvieron el empate a disposición, pero su ambición los guió a obtener la victoria más resonante de su historia.
Seguramente mucho tenga que ver el análisis previo que los propios hombres de verde hicieron de este compromiso. Tomado como una oportunidad para que sus jugadores adquiereran su ritmo de juego, tal vez no hayan dimensionado correctamente el poderío de este equipo que usó en cancha lo más experimentado que tenía y fue descubriendo con el correr de los minutos que la cosa podía ser.
Este 34-32 quedará en la memoria del rugby mundial. La historia de David y Goliat sumó un nuevo capítulo, el que agregará al pie el nombre de Ayumu Goromaru, autor de 24 puntos para los albirrojos.