

Febrero, el mes más corto del año, debe su duración a antiguas reformas del calendario romano y ajustes astronómicos. Desde Numa Pompilio hasta el calendario gregoriano, su historia revela siglos de cambios y correcciones.
Algunos años el mes de febrero tiene 28 días y otros 29, esto depende de si se trata de un año bisiesto (29 días) que ocurre cada cuatro años. Este fenómeno tiene orígenes en la historia romana y los cambios se deben a cuestiones astronómicas y creencias supersticiosas que configuraron la percepción del tiempo en la antigüedad.

En el antiguo calendario romano, atribuido a Rómulo, dividía el año en 10 meses con un total de 304 días y no contabilizaba el invierno. Con las reformas de Numa Pompilio, el segundo rey de Roma, el calendario pasó a tener 355 días, agregando enero y febrero.
Este cambio se debía principalmente a que el inicial calendario romano era inexacto para medir el tiempo astronómico. Sin embargo, con la reforma Numa Pompilio, aún había problemas de desajuste.

Finalmente, la reforma de Julio César en el 45 a.C. introdujo el calendario juliano, con 365 días y un año bisiesto cada cuatro años para compensar la diferencia con el año solar, que es de aproximadamente poco menos de 366 días.
Aunque, este modelo de contabilización del tiempo aún contenía un error de 11 minutos anuales que, con el tiempo, afectaba la sincronización de las fechas religiosas y de las estaciones.
El sistema que utilizamos en la actualidad, entonces, corresponde al calendario gregoriano. En 1582, el papa Gregorio XIII ajustó el error del calendario juliano eliminando diez días y refinando la regla de los años bisiestos: los años seculares no son bisiestos, salvo que sean divisibles por 400. De este modo, el calendario gregoriano logró una alineación más precisa con el año solar, llegando hasta el modelo que utilizamos hoy en día.
Por lo tanto, los años bisiestos son un fenómeno que sirve para corregir que cada año dura 365 días y un 5 horas, 48 minutos y 45,25 segundos de más. Esas horas que sobran se acumulan y, cada cuatro años, suman un día más, haciendo que el año tenga 366 días. Este ajuste es necesario para que las fechas astronómicas y cronológicas coincidan.