Siria cayó Al-Assad. En la madrugada de este 8 de diciembre, las históricas calles de Damasco, ciudad milenaria, se convirtieron en el epicentro de un cambio político trascendental cuando las fuerzas rebeldes, encabezadas por el grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), irrumpieron en la capital siria. La falta de respaldo por parte de Rusia resultó ser un factor determinante en la caída del régimen de Bashar al-Assad.
Además, la perspectiva de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca tuvo repercusiones en la geopolítica, ya que el presidente turco, Recep Erdogan, había reconocido su apoyo a los rebeldes, lo que añadió una nueva dimensión a la situación.
Bashar al-Assad, quien había gobernado Siria durante más de cincuenta años, abandonó el país en medio del caos, sin que su destino fuera aún claro.
La ofensiva rebelde no fue un hecho aislado, sino el resultado culminante de una serie de movimientos estratégicos previos. Días antes, HTS y sus aliados habían lanzado una serie de ataques coordinados desde su bastión en la provincia de Idlib, avanzando con rapidez hacia el sur.
La toma de Homs, una ciudad clave en el centro del país, representó un golpe crucial que allanó el camino hacia Damasco. La velocidad con la que se sucedieron los acontecimientos militares reflejó la fragilidad de un régimen que durante años había dependido del apoyo militar de Rusia e Irán para mantener su poder.
Fin de una era que comenzó en 1970
La caída de Damasco marca el fin de una era que comenzó en 1970, cuando Hafez al-Assad, padre de Bashar, tomó el poder mediante un golpe de Estado. Bajo su liderazgo, Siria se convirtió en un actor clave en la política del Medio Oriente, aunque a menudo a costa de la represión interna.
Bashar al-Assad asumió la presidencia en 2000, prometiendo reformas que nunca se materializaron plenamente. La Primavera Árabe de 2011 desencadenó protestas masivas que fueron brutalmente reprimidas, llevando al país a una guerra civil devastadora que dejó cientos de miles de muertos y millones de desplazados.
En las horas posteriores a la entrada de los rebeldes en Damasco, la ciudad ha experimentado escenas de euforia y caos. Miles de prisioneros políticos han sido liberados, y los símbolos del antiguo régimen están siendo desmantelados. Sin embargo, la incertidumbre prevalece. La comunidad internacional observa con cautela, consciente de que la caída de un régimen no garantiza una transición pacífica. Las facciones rebeldes, aunque unidas en su oposición a Assad, tienen agendas diversas que podrían complicar la formación de un gobierno estable.
Para muchos, la caída de Assad es motivo de esperanza después de años de sufrimiento. Para otros, especialmente aquellos que se beneficiaron del antiguo régimen, el futuro es incierto. La infraestructura de la ciudad, ya debilitada por años de conflicto, está al borde del colapso, y la necesidad de ayuda humanitaria es más urgente que nunca. (Con información de Página 12)