Carlitos Balá cumplió 91 años y la celebración incluyó la presentación de un libro sobre su carrera, realizado por un fanático. Está como siempre: feliz y con ganas de hacer reír.
- Carlitos, ¿cómo te sentís al recibir tanto cariño de la gente?
-Más que emocionado. A mí me emociona estar con la gente y hacer reír, ya sea a una persona, veinte o quinientas. Hacer reír para mí es una religión. Jesús una vez dijo que ama a quien da alegría y yo me considero alguien que lleva alegría a la gente. Lo más lindo es el cariño que recibo. Yo me considero un cómico de la familia, no sólo de los chicos. Con las mismas armas trato de divertir a un chico o a un grande. Yo saludo igual a un barrendero y al Presidente de la Nación. Para mí les debo el mismo respeto. No soy alcahuete, con perdón de la mala palabra. La otra vez hablaba con un barrendero y le digo: "Señor, perdone la molestia. A lo mejor usted está apurado". Y me pregunta: "¿Qué desea?". Entonces le digo: "¿Voy bien para allá?". Y entonces me consulta: "¿Pero usted para dónde va?". "Para allá", le digo. E insiste: "¿Pero a qué lugar?". "Para allá", vuelvo a decir. Y cuando se está por calentar se da cuenta que soy Balá y me dice: "Desgraciado, me hiciste caer". Y así le puedo hacer bromas a un colectivero, a un taximetrero, a cualquiera.
- ¿Hay algo que te queda pendiente por hacer en tu carrera?
-Sí, no hay quien haya hecho todo. Me gustaría tener una fundación. También me gustaría hacer un personaje dramático, componer un personaje en una cárcel. Un psicópata. Un tipo raro que no hable con nadie. Me considero apto para eso. Pero tendría que acordarse de mí algún director y que quiera dirigirme. Me gusta hacer todo lo que esté bien hecho. La rascada nunca la aguanté. Yo ensayaba mucho. Siempre. Tenía una bicicleta para recorrer ATC y perder menos tiempo. Entraba a las 7 de la mañana y me iba a las 7 de la noche. Siempre hice todo con esfuerzo.
- Se nota que seguís disfrutando todo lo que hacés
-Y. . . cantar y hacer reír a los chicos es mi vocación. Cuando me dieron una placa de bronce en el Teatro Alvear, que es donde debuté, me preguntaron: "¿Qué le ponemos a la placa?". Y les dije que lo que yo siento: "Mi vida es hacer reír al prójimo. Si lo consigo, soy el hombre más feliz de la tierra".
- Cuando vos te presentás en un lugar hay gente de todas las edades. ¿Cuál es la clave para conquistar a todos, incluso hoy a los chicos?
-No hay que perder el alma de niño. Eso es clave. Yo hablo con los chicos como si fuera un chico.
- ¿Y a Martha, tu mujer, cómo la conquistaste?
-Uy. . . Martha me ayuda en todo. Yo le digo que es mi mamá. Me lleva a todos lados, me cuida... Yo la conocí en un casamiento en el que había un montón de personas. Yo me hacía el cómico y ella habrá pensado que era un loco. Al final de la fiesta le dije que la acompañaba. Ella vivía en Boedo. Nos tomamos juntos el colectivo y en broma me hice el vendedor ambulante, y hacía que vendía una lapicera. Entonces hacía toda la sanata y terminaba diciendo: "No voy a vender, pero sí voy a regalar, eso sí, una sola por persona. Evitando las avalanchas. Señor, señora, cambio les voy a agradecer". ¿Qué cambio puedo pedir a las 4 de la mañana? Ella habrá pensado "este loco de dónde salió". Estaba avergonzada, pobrecita. Pero al final nos enamoramos.
- ¿Notás diferencias entre los pibes de hace 30 años y los de ahora?
-Los pibes de hoy son más sueltitos. Yo cuando era pibe, por ejemplo, seguía a Sandrini por la calle Florida un par de cuadras para saber adónde iba él. Era como un espía. Entonces cuando él frenaba y se daba vuelta, yo me daba vuelta también. Cuando lo golpeé me dijo: "Te te te hubieras acercado pibe. A mí me gusta más que la gente se acerque".
- Estás emocionado, Carlitos
-Sí. Me emociono como si fuera el primer día. Debuté en La Revista Dislocada en el año 55 y recuerdo que me dio un miedo y una emoción tremenda. Y lo mismo ahora. En aquella época había un autor que me preguntó: "¿Qué te pasa, pibe?". Y le dije: "Tengo un miedo que me muero". "No me dijo-, querido quédate tranquilo que yo estoy al lado tuyo y no va a pasar nada".
-¿Recordás cómo empezó toda esa historia tuya?
-Yo de pibe subía al colectivo 39 y hacía humor como aficionado. Por ejemplo, quería subir un tipo y yo le ponía un pie en el estribo y le decía: "Señor, deje bajar primero a los que suben". "¡¿Cómo?! ¡¿Qué dice?!", me preguntaban sorprendidos. Y le repetía: "Que deje bajar primero a los que suben". Y cuando ya se empezaba a calentar, le decía: "Bueno, suba, suba, suba".
- ¿Qué humoristas te gustaron o te gustan?
-Me encanta Martín Bossi, que me imita además. Todas las temporadas vamos a verlo con mi señora. Está Carna, que lo hace a Portales y también me encanta eso. Y Manuel Wirzt, que está con ellos... Lo adoro a Manuel porque tiene una comicidad tipo Jerry Lewis. Yo además siempre admiré a Pepe Biondi y a Minguito. Y mi maestro es Chaplín.
- ¿Y de los animadores infantiles?
-Mucho no me gusta opinar, pero miro a Panam, que tiene un profesionalismo admirable. Yo estoy invitado en sus shows. Tiene un despliegue admirable. También estuve con Piñón Fijo, a quien también quiero mucho.
Como no podía ser de otra manera, le baja el telón a la nota, con un chiste: "Un día un tipo vendía un auto y le puso, como se hacía antes, un bidón arriba del techo. Entonces me acerco y le digo: "¿Cuánto?". "Treinta y cinco mil", me respondió. Entonces me hice el alarmado: "¡¿Cuánto? ¡¿Treinta y cinco mil un bidón?!". Entonces reaccionó: "¡¿Cómo un bidón?! ¡¿Qué está diciendo?!. El bidón es para llamar la atención". Y yo la rematé: "Ah, no yo necesitaba porque compré una estufa a kerosene, para poner el kerosene quiero el bidón"'.