La imagen es elocuente. Todo un símbolo de lo que ha sido la vida de Lionel Messi en la selección argentina. Una historia que cumple 10 años y que este sábado en Santiago sumó otro capítulo de frustración: la de mirar la Copa de lejos y no poder alzarla.
El 10 venía de ser la gran figura en las semifinales frente a Paraguay, aún cuando no había podido marcar uno solo de los seis goles del triunfo. Había jugado una gran Copa América más allá de solo haber marcado de penal en el debut ante Paraguay. Y tuvo un buen primer tiempo en la final ante Chile. Pero terminó encerrado por la férrea marca de los locales, no encontró alternativas posicionales a esa defensa colectiva -y, sí, la mayoría de las veces con infracciones o roces que lo debilitaron.
Comandó con inteligencia y acierto ese contragolpe, el último de los 90 minutos reglamentarios, y decidió bien el pase a Lavezzi en la jugada que terminó con un pase exigido del Pocho al que Higuaín no pudo llegar. Y en el suplementario, casi no apareció, aparentemente agotado físicamente.
Y la última imagen hizo recordar a aquella de un año atrás, cuando su mirada desconsolada se dirigía a esa otra copa, la del Mundo, en Rio de Janeiro. Tan al alcance de la mano y tan lejos. A Messi se le escapó otra oportunidad.