Consagrado como héroe de las últimas tres finales que jugó Argentina, Ángel Di María cumplió 35 años este martes y por primera vez sopla las velas como campeón del mundo. Podría decirse que Ángel Di María heredó su habilidad para jugar al fútbol. Su padre, Miguel, le pegaba bien con las dos piernas. No tenía preferencia entre la zurda y la diestra. De adolescente, fue a probar suerte a Buenos Aires y quedó en River, pero regresó a Rosario porque extrañaba mucho a su mamá.
De vuelta en su ciudad natal, Miguel se rompió la rodilla jugando con sus amigos y no pudo cumplir su sueño de llegar a Primera. Esa frustración lo acompañó durante años. Por eso, cuando tuvo a su hijo y se percató de que tenía futuro en el deporte, tomó una drástica decisión por experiencia propia: le prohibió jugar partidos en el barrio. Debido a su talento, no eran pocas las invitaciones que el pequeño Ángel recibía.
"Mi viejo había quedado en River de 60 chicos que habían ido a probarse. Quedaron él y otros dos, y empezó a entrenarse con Primera y Reserva. Pero empezó a extrañar a la mamá y volvió a Rosario", señaló Ángel.
Una de las primeras cosas que hizo fue jugar un partido con sus amigos de toda la vida. Un picado de barrio. Sin embargo, pisó un pozo y se rompió la rodilla. Las operaciones de entonces no estaban tan avanzadas como ahora. Se vio obligado a abandonar el deporte y se dedicó a repartir bolsas de carbón.
Esa experiencia amarga se le grabó a fuego y aprovechó para aprender de sus errores. Es por eso que nunca dejó que su hijo jugara a la pelota con sus amigos en los partidos de barrio durante su infancia y adolescencia. Mucho menos a los campeonatos por plata a los que lo invitaban con frecuencia.
Ángel, que había llegado a los seis años a Rosario Central a cambio de 30 pelotas para el club El Torito del barrio El Churrasco, tenía un futuro prometedor y no podía repetir el mismo camino de su padre.
"Volvió y jugando con sus amigos se rompió la rodilla, por eso no me deja jugar con mis amigos. Ahí se le terminó el fútbol. Igual hasta el día de hoy sigue jugando", contó.
La infancia de Ángel Di María no fue para nada fácil. Él y su hermanita, antes de ir al colegio, ayudaban a su papá a armar las bolsas de carbón que después se vendían en el mercado. "Me acuerdo de que un día estábamos embolsando el carbón con mi papá, y hacía mucho frío y llovía. Estábamos abajo del techo de chapa. Era durísimo estar ahí. Después de un rato, yo me iba al colegio, que estaba más calentito. Pero mi papá se quedaba embolsando ahí todo el día, sin pausa. Porque si no lograba vender el carbón ese día, nosotros no teníamos nada para comer, así de simple", recordó en una carta abierta que publicó en The Players Tribune.
Su llegada a las Inferiores de Rosario Central lo ilusionó con que las cosas podrían cambiar. Con que era posible un futuro mejor. Sin embargo, su ascenso hasta Primera no fue nada fácil. Por eso, su papá incluso llegó a darle un ultimátum: un año más para probar éxito con el fútbol y, si no se daba, tendría que trabajar con él y abandonar el deporte.
"A los 16, todavía no me habían promovido, y mi papá se empezó a preocupar. Una noche estábamos sentados en la cocina y me dijo: 'Tenés tres opciones: Podés trabajar conmigo. Podés terminar la escuela. O podés probar otro año más con el fútbol. Pero si no funciona, vas a tener que venir a trabajar conmigo'. No dije nada. Era una situación complicada. Necesitábamos la plata. Pero ahí saltó mi mamá y dijo: 'Un año más en el fútbol'", contó.
Esa conversación sucedió en enero. Para diciembre, cuando restaba solo un mes para que se cumpliera el plazo que le había puesto su papá, debutó en la Primera con Rosario Central. "Desde ese día empezó mi vida deportiva", aseguró.