El capitán argentino fue impotencia pura luego de ese momento, cuando la pelota no ingresó al arco y se fue por encima del travesaño. El 10 regresó abatido, sin consuelo, más allá del ánimo que quiso imprimirle el arquero Sergio Romero al oído, y del recibimiento de su amigo, Sergio Agüero.
Se reintegró a sus compañeros, pero en segundos se desplomó en la cancha. Cuando la cámara de televisión quiso retratar ese momento, Agüero lo levantó del piso, pero la bronca permaneció en Messi, con mirada perdida en el horizonte.
El turno de Lucas Biglia y otro penal fallado derrumbó la ilusión de Messi, quien volvió a arrojarse al piso en una muestra de otra oportunidad perdida, de otra chance que se escapa de las manos como arena entre los dedos.
Con muchas lágrimas, en el banco de los suplentes y fuera de él, recibió el nuevo logro de Chile. Sus ojos evidenciaron un dolor en el alma que se extendió a la hora de la entrega de medallas y de la Copa América Centenario.
Sentado, con los brazos sobre las rodillas y rodeado de sus compañeros, a Messi se lo vio conmovido, herido profundamente. Cuando recibió la medalla en un escenario armado en tiempo récord en el campo de juego, le dio un apretón de manos al flamante presidente de FIFA, Gianni Infantino, y serio se quedó a un costado para observar la alegría del plantel bicampeón con sumo respeto.
Su postura y su rostro fueron decepción pura; otra final perdida con la Argentina, una más y la tercera no fue la vencida.