Es el sábado 25 de octubre de 1997. El estadio Monumental explota. Termina el primer tiempo y River gana 1 a 0 con un gol de la Bruja Sergio Berti. Diego Armando Maradona es apenas una sombra de lo que fue. Lo sabe. Por eso, cuando llega al vestuario visitante, entre lágrimas, les dice a sus compañeros que no puede más, que no le responden las piernas. Lo mira a Juan Roman Riquelme, quien apenas tenía 19 años, y le dice que su momento, que su fútbol es el futuro. Nadie imaginaba que esa sería la última función como jugador profesional de Diego, hace ya 25 años.
Dos décadas después la intimidad de ese vestuario la cuenta el Patrón Jorge Bermúdez, ahora integrante del Consejo de Fútbol de Boca, en una de los tantos programas televisivos que se emiten diariamente. Confiesa que ninguno tuvo una señal de que ese sería su último partido y que afirma que Diego les dijo que se podía dar vuelta el resultado.
En el túnel del Monumental y antes de ingresar al campo de juego, arenga una, dos, mil veces a sus compañeros al grito de "Vamos, vamos". Con la cinta de capitán, asoma la cabeza desde el túnel y soporta los silbidos de los hinchas millonarios. Detrás, lo siguen Oscar Córdoba, Nolberto Solano, Diego Cagna y el Patón Bermúdez.
Corre a ritmo seguro hacia la mitad de la cancha y enseguida encara hacia el sector donde está la hinchada de Boca, va con los dos brazos en alto y el pecho erguido. Se persigna y con una reverencia agradece el afecto de la gente, y aplaude hasta rabiar. En la foto de ocasión, Diego se ubica arriba, el primero de la izquierda, al lado del Vasco Rodolfo Arruabarrena. En su mano tiene una imagen de José Luis Cabezas, el reportero gráfico de la revista Noticias asesinado el 25 de enero de ese año en Pinamar.
Enseguida decide ponerle paños fríos a un superclásico como todos caliente. Él, el genio del fútbol mundial, se encamina decidido y salta los carteles de publicidad hacia el banco de suplentes local donde está sentado, cual rey en su trono, Ramón Angel Díaz, el técnico millonario, ex compañero en la Selección. El Pelado, incómodo, apenas estira su mano. Diego no se desanima y también saluda a Omar Labruna y Héctor Pitarch, ayudante del cuerpo técnico. Miles de fotógrafos rodean a los protagonistas buscando la mejor foto. Algunos lo logran.
Un minuto antes del pitazo inicial de Horacio Elizondo, Diego se inclina sobre el césped del Monumental, se ajusta los cordones de los botines de la marca que usó en toda su carrera deportiva, primero el izquierdo y luego el derecho. A los 8 segundos toca la primera pelota, de zurda, en una disputa con Leonardo Astrada. Es la primera de las 26 intervenciones en la etapa.
En los primeros 45 minutos, el brillo inicial de Diego se apaga. Da 20 pases bien y 6 mal; recibe una falta pero comete dos; recupera una pelota pero pierde cuatro; patea un tiro libre, muy desviado; y patea una sola vez al arco, de derecha, que atrapa Germán Burgos. Después dirá que a los 35 minutos del primer tiempo le tiró el aductor derecho y por eso no saldrá a jugar el segundo tiempo.
Entran Juan Román Riquelme (con la camiseta número 20) y Claudio Paul Caniggia (8). Además de Diego, sale Nelson Vivas. La lógica dirá que el pibe Riquelme ingresa para ocupar el lugar del D10S. En la planilla oficial de AFA queda registrado "20 x 14 y 8 x 10". Veira arma una línea de tres, el equipo tiene más juego y mejora su imagen.
Como les había anticipado, los muchachos cumplen con la premonición de Diego y con goles de Julio César Toresani y Martín Palermo se queda con el Superclásico. En el final y en medio de la celebración, Diego aparece por una pequeña puerta, se une a los festejos, le hace gestos obscenos a los hinchas millonarios y regresa a los vestuarios para ducharse. Enseguida se entera que salió sorteado otra vez para realizar el control antidóping.
Diego dirá que el número diez lo tienen bajo la manga. Es que llevaba un mes sin jugar porque le había dado positivo el control tras el partido con Argentinos de la primera fecha, jugado el 29 de agosto. La AFA dio a conocer la noticia recién el 10 de septiembre y por una medida de no innovar del juez Claudio Bonadío, pudo jugar el Superclásico.
Sin embargo, tres días antes del partido, el martes 21 de octubre, confirman que el último control que se hace da negativo. Diego aparece sorpresivamente, en la imponente Ferrari roja que tenía, en el entrenamiento de Boca en Ezeiza la mañana del miércoles 22. Se pone una remera blanca, unas calzas azules, saluda a todos y comienza a correr junto con el Eduardo Espona, el preparador físico que estaba en el equipo del profe Alfredo Weber.
Antes de ir al control antidóping, habla con la prensa y se descarga, sin pelos en la lengua, como siempre. Defiende a Enzo Francescoli, quien no pudo jugar porque no se había recuperado de una lesión; ataca a Alfredo Davicce, presidente de River, quien había pedido que se resuelva rápido el tema del partido con Argentinos; analiza que River jugó mejor en el primer tiempo pero que en el segundo se le "cayó la bombacha"; y augura que el equipo va a mejorar trabajando.
Diego está a cinco días de cumplir 37 años. Ya no jugará más. Vivirá otras mil vidas, hasta su paso a la eternidad, el 25 de noviembre de 2020. Su magia sigue presente. Ahora Diego es Eterno. Imposible de olvidar.