Diego Schwartzman tiene altura. No se trata de un juego de palabras, es una realidad: está a un paso de convertirse en un top ten. Juega con el espíritu y la clase de un crack, los que suelen gobernar el circuito. Detrás de su 1,67m (más allá de que en el sitio oficial, se exagere con un supuesto 1,70m), su estirpe no conoce de barreras. Ahora mismo, lo tiene casi todo: personalidad, talento, coraje y una serenidad frente al peligro que lo convierte en un fuera de serie. Empezó la temporada en el casillero número 26 y vuela en el tiempo: está por subir al escalón más famoso del tenis. El que separa los 10 primeros de los mortales. Más allá de las estadísticas, ya juega como tal. Peque creó una pequeña gran revolución que no se imaginó nadie. Y en muy poco tiempo.
"Espero mantenerme entre los 20 primeros", contó, apenas se soltaban las primeras hojas del calendario 2018. Sufrió el descenso a la Zona Americana en la Copa Davis, pero no se derrumbó: siguió más fuerte que nunca. Fue determinante en la serie con Chile. Logró el trofeo de Río de Janeiro, un ATP 500 de prestigio mundial. Alcanzó el puesto 12° y en la casa del polvo de ladrillo se exhibe como número 11. Se levantó, también, luego de una antesala a París en cámara lenta: dos partidos en Montecarlo, uno en Barcelona, otro en Münich y dos en Roma no se ofrecían como el mejor aperitivo.
No tiene techo: los brazos elevados al cielo, la explosión de felicidad en el alejado y renovado court 18 lo muestran tal cual es. Un hombre de 25 años, con cara de pibe, en la mejor versión de su vida. Menos mal que no eligió el fútbol, su verdadera pasión: en el tenis, su crecimiento es asombroso.
Le acaba de ganar a Berna Coric, un croata agresivo y volátil, por 7-5, 6-3 y 6-3, en un partido de alta tensión, explosivo. Por primera vez, ya está instalado en los octavos de final de Roland Garros, el torneo que soñó con ganar desde niño. "Soy tenista, entre otras cosas, porque me despertaba por las noches con ganar en París", sostiene. Ahora, jugará con el sudafricano Kevin Anderson, un sacador violento, pero sin los recursos que le sobran a Peque. Que hizo muy bien cuando, en Náutico Hacoaj, corría de las canchas de fútbol a las de tenis. Intuía que ahí estaba su destino.
"Evidentemente en tenis, para aspirar a ser un super top ten, con su estatura está más complicado porque al final tienes un hándicap, que es el saque. Que con esa altura puedes sacar bien, pero no muy bien y a día de hoy, así como funciona el tenis, desgraciadamente o no, el servicio tiene demasiado impacto en el juego", contó, días atrás, Rafael Nadal, que deshilacha a Richard Gasquet algunos metros más allá. El mallorquín, a veces, puede equivocarse. Peque se convirtió en un gigante que, además, tiene un digno servicio. Su derecha y su revés cruzados, eso sí, son de colección: los lanza cuando menos se espera.