Quilmes empezó a ganarlo desde el momento en que Grelak convenció a los suyos de que para ganarle al campeón del fútbol argentino había que jugarle de igual a igual, dejando de lado los nombres y apostándole fuerte al sacrificio.
Y eso hicieron los jugadores, se sacrificaron, dejaron todo en la cancha, y apagaron a un Lanús que venía encendido por el 3-0 con el que había despachado a Godoy Cruz el pasado fin de semana. Román Martínez no la tocó, Almirón no gravitó, Acosta no desniveló y entonces Sand no preocupó.
El gol de Bottino, consecuencia de una estupenda jugada preparada de pelota parada, llegó en el momento justo, primero porque Lanús había empezado el partido decido a llevárselo puesto, y además porque la ventaja terminó de convencerlo: concentrado y con los dientes apretados ni el campeón iba a poder vencerlo.
Claro que, amén de todo lo bueno que pudo haber hecho Quilmes, hubo un factor determinante para que se quedara con la victoria, César Rigamonti. Porque sí, el Cervecero le jugó de igual a igual, pero de no haber sido por algunas buenas intervenciones del arquero difícilmente hubiera ganado el partido.