Un segundo. O menos. Sí, menos. Segmentémoslo en gajos: un octavo, un dieciseisavo de segundo, acaso. Es ridículo, pero es así, eso de que de súbito te cambia la vida. Un dieciseisavo de segundo, entonces: pateó Gigliotti, Barovero optó, voló y la pelota y su mano derecha agarraron rutas diferentes para llegar al mismo lugar exacto, como dos amigos que se cruzan en una esquina, se abrazan en la estación de servicio y uno le dice al otro que se está quedando pelado y el otro le replica que es cierto, pero que por cada pelo que se le cayó, el otro aumentó un kilo, y ahí se equilibró el planeta.
Un solo gajo de segundo y el mundo se te viene encima. Uno atajó al mundo y el otro quedó ahí, medio aplastado. A uno le hicieron trapos celebratorios, Trapitos, índice arriba, como el que ya se hizo un lugar en la Sívori Baja. Al otro le dedicaron banderas en las que lo acusaban de todos los males de este universo. Uno transformó la camiseta verde en la más vendida de todas, la ciudad se llenó de Hulks flaquitos como él. El otro quiso que se lo tragara la tierra y de tanto que cavó y cavó llegó a China, un exilio remoto para volver a sus shiny days de anónimo, porque bajo el cielo de Mao no están al tanto de lo que significa Parapam: “¿Palapam? ¿Qué?”.
Las réplicas de esa triza de segundo siguen, meses después. Si hasta hay un loco, Iván, un correntino de Curuzú Cuatiá fanático de River, que esta semana se tatuó la escena que aparece en la bandera de la Sívori y hace circular la foto en las redes para que todos recuerden lo que de todas maneras ya recordaban pero en un nuevo formato, grabado en el cuero. Es que lo extrañan al tipo. Gigliotti se fue bien lejos y no lo extrañan tanto y éste se quedó acá pero lo lloran horrores, qué ganas de verte tenemos todos acá. Lo extrañaban: el flaquito está de vuelta. La envidia de los oficinistas, el que llegó, está para volver.
No hay que esperar más, se supone: si hoy Barovero no se levanta con el pie torcido, o se cae de la cama y se quiebra o algo así, será el arquero titular de River en el clásico contra San Lorenzo en el Monumental y, si tampoco le pasa nada raro mañana, también atajará contra Tigres en Monterrey, en el partido que definirá buena parte de la suerte de River en todo lo que queda del semestre.
Y si no pasa nada raro en México, atajará al siguiente partido, y también al siguiente, y probablemente al siguiente. “Hasta ahora respondió bien y si sigue sin problemas y se siente bien, va a jugar”, resumió ayer Marcelo Gallardo.
Chiarini le cuidó el puesto como pudo, algunas buenas y varias malas, y Trapito se extrañaba en el 11. Ese maldito desgarro en el Kempes contra Belgrano, hace un mes y un par de monedas, arrancó con una seguidilla de lesiones graves de las cuales la que más le dolió al equipo fue justamente la de Barovero: al equipo le llegan poco y le convierten mucho, como diagnosticó el propio Gallardo. Ese desgarro que parecía quedar atrás y que lo hizo apurarse a jugar en Perú contra Aurich para luego volver a boxes ya quedó atrás. El Muñeco lo probó en la semana, lo paró en el equipo titular ayer en Ezeiza y el uno respondió, índice arriba, todo okey.
Y los hinchas están felices. Porque ya no van a tener que ver al héroe sólo en las banderas y en las pieles. Va al arco.