"Si la 10 está disponible, la voy a usar". Con sólo nueve palabras, Edwin Cardona sorprendió al Mundo Boca cuando todavía no había debutado. Sin miedos ni presiones, pidió enseguida una casaca con historia en el club de la Ribera. La que utilizaron Diego Maradona, Juan Román Riquelme y Carlos Tevez, entre otros grandes ídolos. Para él significa mucho llevarla, pero -a la vez-, nada. Nada en comparación de todo lo que él debió atravesar hasta este presente, en donde el horizonte es claro: triunfar en Boca.
El pequeño Edwin se crió en el barrio Belén Buenavista, una comuna de la ciudad colombiana de Medellín, junto a sus padres y sus tres hermanos menores: Geraldine, Mateo y Jeison. Vivían todos en una pieza, con una cama para los seis. La miseria era una cruda realidad y su padre, Andrés Cardona, hizo lo imposible por mejorar el futuro de su familia. Albañil, taxista, limpia coches, reparador de heladeras y televisores, barrendero y vendedor de frutas en un almacén. Todo servía, nada alcanzaba. El único optimista fue Edwin. Y tenía un único camino a la salvación: el fútbol.
Comenzó a jugar para Campoamor, como parte del Pony Fútbol, un pequeño torneo donde los chicos despliegan sus habilidades. Apenas lo vieron, los directivos de Atlético Nacional lo sumaron a sus divisiones inferiores.
La técnica, destreza y habilidad que mostró hicieron que los dirigentes le dieran todas las comodidades para asegurarse a un chico que tenía pasta de crack. Le consiguieron una casa en Antioquia para él y su familia, en donde las condiciones de vida fueron mucho mejores.
El fútbol lo sacó adelante siempre. Sobre todo cuando a su madre, Paula Bedoya, le diagnosticaron cáncer de ovarios. Fueron 10 meses acompañándola en la quimioterapia, ayudándola en el baño y tomándole la mano para ir juntos al hospital. "Mamá, voy a salir adelante y vamos a dejar de sufrir. Vas a ver cómo te vas a aliviar", le dijo Edwin un día tras encontrarla angustiada. Y así fue.
Esa personalidad que forjó desde pequeño también le ocasionó problemas en México, factor trascendental para que hoy vista la camiseta azul y oro. Antonio Mohamed, su entrenador en Monterrey, cuestionó su sobrepeso y hasta algunos estilos y colores de peinado con los que Cardona se presentaba a entrenar. Le quitó minutos de juego y lo fue dejando afuera de muchos partidos. Entonces, el colombiano replicó yéndose de viaje con su esposa y sus hijos los días que no estaba citado. "Soy una persona. Si me dan dos o tres días libres, me voy a volver a ir de viaje", declaró.
Para Guillermo Barros Schelotto, el peso (82 kilos repartidos en 182 centímetros de altura) no es un problema. Confía en que el trabajo del preparador físico Javier Valdecantos lo ayudará a optimizar su estado. De todas formas, el Mellizo nota cada día que, en lo futbolístico, Cardona es distinto al resto y posee la jerarquía que tanto pidió desde que llegó como técnico al club. De también carácter imponente, deberá saber llevar la relación con su N°10, que por ahora acepta jugar como extremo izquierdo y sacrificarse defensivamente, aunque parece difícil que se adapte a esa función.
El Mellizo cree en el fútbol de Edwin, por quien recibió la recomendación de José Néstor Pekerman, DT de la selección colombiana y uno de los que más protege al jugador. Para Pekerman, y también para Guillermo, es un fuera de serie. Y notan en él un estilo semejante, desde las características de juego, al de Riquelme.
<b>Su calidad no admite dudas</b>
En sus primeros cuatro amistosos en Boca marcó tres goles y metió una asistencia. Con su modo de usar el cuerpo para cuidar el balón, su pisada y sus estiletazos, ya sea para habilitar a compañeros y pegarle al arco, durante el partido con Nacional, el link con Juan Román fue automático, aunque él aclara que prefiere que no lo comparen con uno de los ídolos máximos de la Ribera. Volvió a marcar frente a Colón, el sábado en la Bombonera, y el último martes rescató al conjunto xeneize de lo que era una caída preocupante (desde el juego) ante Banfield con un zapatazo al ángulo, desde 25 metros y en el descuento. Se quedó con las ganas de gritar ante Villarreal de España, en su debut en la Bombonera.
Un héroe que se sacó las adversidades de encima y salvó a su familia. Por eso, en algún grito de gol es probable verlo con la máscara del Hombre Araña con la que festejó alguna vez en México. Ahora, está preocupado en armar las telarañas del funcionamiento del equipo para ganarse un lugar. Y, desde allí, alimentarle a Boca la ilusión al mayor objetivo: volver a ganar la Copa Libertadores después de 11 años. Fuente: (La Nación).-