Por Ezequiel Ré
(Gentileza para el <b>SuperDeportivo</b>)
No se puede ir a la cancha sin antes rezar por la suerte y verdad que espera.
No se puede ir a la cancha sin pasar por el archivo y ver el gol de Leo Acosta a River, o aquellos ante Santamarina en 2010 o el del Pulga Díaz en 2008. Envalentonarse desde las emociones recientes.
No se puede ir a la cancha sin cortar un poco de papel de diario, pintarse la cara de rojo y negro, enfrascarse en la bendita camiseta santa. Y salir apurados, cuatro horas antes del partido. Porque la espera desde el domingo de Tandil, ha sido mucha. Y ya no se banca. Merodear Villa Sarmiento, mirar las tribunas de lejos, empaparse a domingo de Grella, fiesta, choripán y persignarse ante la figura emblemática del "curita futbolero" que lo recuerda.
No se puede ir a la cancha sin repasar las cábalas de los últimos tiempos. El lugar que se ocupa en la cancha, la comida del almuerzo previo a Instituto de Córdoba en las semis. De la ropa no hay problemas. Roja y negra como siempre.
No se puede ir a la cancha sin darle un beso a la vieja, y jurar por la memoria de todos los hinchas que fueron quedando a un costado de la vida que se va a alentar, gritar, saltar hasta más no poder. Por uno mismo y por ellos. Y jurar que si asciende Patronato todo será mejor. La vida será más bella. Aunque después volvamos a nuestras cosas, nuestros problemas y los pobres sigan siendo tan pobres como ahora y los corruptos sigan restregándose las manos. Pero vos Negro, das ilusiones que otros no. Das ilusiones que otros quitan.
Pero hay que ir a la cancha. Porque se percibe en el ambiente que es una gran oportunidad para saltar a Primera División A. Aún sabiendo que la misión es difícil. Si no sería difícil no sería fútbol. No sería Patronato.
Por eso no se puede ir a la cancha sin la clara tendencia de irradiar optimismo tribunero, y hacer de la previa, esa fiesta del alma. Esa que viene con la nueva modalidad de las luces de los celulares. Pero también conmueven los trapos, y el pibe que se aferra al alambrado y canta. Canta por su Patrón y no se da cuenta que una lágrima va rodando. Llorarás más de mil veces por Patrón. El purrete se aferra a esa ilusión Santa de dar la vuelta.
Puta que conmueven los hinchas. Llegan como pueden. Juntando peso por peso muchos, tratando de estirar el mísero sueldo sabiendo que esa entrada que tanto le costó no le llenará la panza, pero si el corazón. Porque mañana tendrá una historia que contar. "Yo estuve ahí", dirá y ojalá así sea en unos años cuando le cuente a sus hijos y sus nietos, la epopeya del 2015.
Porque la parada es difícil. Y saben que el equipo necesita de ellos. De su aliento, de sus lágrimas, de sus abrazos ante un gol, del "Dale Negro".
El carro se atascó en una pendiente. Hay que empujar. Porque a pocos metros está el oasis. Pero hay que llegar. Y será necesario ese aliento y aquel juego. El de los 70 minutos en Santamarina, donde Patronato inflaba su orgullo, a puro juego. Desfachatado se prendió en el pique, y de visitante caminaba hacia la senda de la victoria. Pero no pudo ser y a esta hora poco importa que es lo que pasó allá. Porque todos están pendientes en lo que puede pasar acá. Lo de allá que sirva para corregir lo que puede pasar acá.
Hoy hay un antes y un después. Ascienda o no. Yo le tengo fe. La fe del Padre Grella y la fe futbolística. Ante un gran rival como Santamarina, Patronato tendrá que imponer sus enormes virtudes, ser finos en la definición y concentrados en defensa. En un partido que juega la gente, la ansiedad y las piernas. Físicas de tanto cansancio de campeonato, pero también por todo lo que rodea este encuentro. No son 90 minutos de juego solamente. Son 90 minutos en los que el futuro está en juego. Del Patrón, del cuerpo técnico, de los jugadores y de una ciudad. Que dudó mucho en acompañar durante la temporada, pero ahora, en esta jugada difícil estará ahí. Tan difícil como aquella ante Cipolletti, con el gol de penal en el epílogo del juego y en la definición de los 12 pasos donde Bértoli agigantó su figura.
Ya sabe el Patrón de tener que salir a la cancha a enderezar el rumbo. Y no hay armas diferentes. El mismo esquema, la humildad que caracterizó a este plantel. Un trabajo en armonía en el que el cuerpo técnico encabezado por Iván Delfino tuvo que ver. El DT exprimió al máximo lo mejor de cada jugador, muchos elevaron su nivel y están ahí de la gloria.
Y "vamos todos" por el ascenso. Porque quiero ser de Primera y jugar contra Boca, River y enamorarme del tango. Quiero ir a Independiente a degustar el paladar de Bochini o la mística del Racing de la vieja Tita. Quiero volver al Ducó pero de frac. Quiero conocer por dentro la historia de los Gauchos de Boedo. Quiero pasar por el Monumental y quedarme 90 minutos. Y pisar el césped donde surgió el más grande. "Diegooooo, Diegooo". Y saber si es cierto que la Bombonera no tiembla, late. Quiero candombe y patear el tablero este domingo. Quiero gritar hasta que la voz diga basta. Quiero sentir ese viento de nuevas brisas. Quiero que la noche se convierta en amanecer cuando la última copa me recuerde que horas antes la fiesta se prolongó más allá de las 21. Quiero candombe y locura santa en las calles. Quiero nuevas historias que contar. Quiero ser feliz y la felicidad se llama Patronato. "Vamos todos" por el ascenso. A intentarlo hasta el último segundo. Hasta que corra la última gota de sudor.